Por Ferran Martínez-Aira
Si en todos los deportes el factor mental es tan importante como el talento o el físico, en el tenis profesional la preparación psicológica separa la cabeza de Rafa Nadal, capaz de conseguir lo imposible, del resto de competidores del circuito, tal como demostró ayer el campeón balear durante la final del Abierto de Australia cuando perdía 2-6, 6-7, 2-3 y 0-40 ante el ruso Daniil Medvedev y acabó remontando épicamente 2-6, 6-7, 6-4, 6-4 y 7-5 tras cinco horas y veinticutros minutos, firmando la victoria 1.032 de su carrera, que le convertía en el tenista masculino con más Grand Slam conquistados: 21, superando por uno a Roger Federer y a Novak Djokovic.
Nadal agrandó ayer su leyenda no sólo por su éxito deportivo con 35 años cumplidos el pasado 3 de junio, sino porque en esos momentos de ostracismo con todo en contra, la cabeza de Rafa procesa sus propios errores. Nadal se toca hasta ocho veces su cara, bota dieciseis veces la pelota antes de sacar. No son manías. Son tics, señales para sobrevivir en la pista. Episodios mentales preguntándose así mismo porqué la estoy pifiando, cuando la mayoría de competidores en esa misma situación bajan la guardia, tiran el partido, destrozan la raqueta o buscan desesperadamente soluciones que les pueda aportar su equipo desde la grada, aunque esté penalizado.
Nadie apostaba que Nadal podría darle la vuelta a ese 2-6, 6-7, 2-3 y 0-40. Multiplicadas además las dudas porque a finales del pasado diciembre Rafa se planteaba si podría seguir jugando a tenis, mermado por una displasia: células que atacan un tejido. En su caso el escafoides tarsiano de su pie izquierdo. La pieza básica para caminar, correr y saltar. “Tengo el escafoides partido por la mitad. Me tocará arrastrar esto por el resto de mi vida. Lo demás es engañaros a vosotros y engañarme a mí” confesó hace poco Nadal. “Si llega un momento en el que el dolor supera todo lo demás y me quita la ilusión de lograr los objetivos, será la hora de pensar en otras cosas”.
Después de levantar el trofeo ante los 15.000 espectadores de la Rod Laver Arena que le vitorearon desde el primer punto, Nadal se fue al gimnasio para seguir ejercitando su musculatura en la bicicleta estática, que abandonó por unos instantes para saludar a otra leyenda viva: Sir Rod Laver. Mi gran ídolo cuando me enamoré del tenis y le ví disputar el Torneo Conde de Godó un 23 de octubre de 1971.
Va por tí también Manolo.